DIGAMOS QUE ELLAS TIENEN LA RAZÓN

Digamos que como en tantas otras oportunidades, una vez más las mujeres tienen la razón. Ellas afirman -o al menos un grupo representativo de ellas, con los que me he cruzado a lo largo de mi vida- que un hombre no puede deambular por la vida solo.

Para ellas es esencial que todo macho de la especie humana, recorra los caminos del mundo con una hembra a su lado. Eso, según ellas, es lo normal. Lo lógico. Lo natural. Pero hay dos excepciones a esta norma: el hombre puede transitar sobre sus pasos en solitario sí y solo sí es muy niño, o está en la tierna edad de la incertidumbre, vale decir el período que va desde los 16 a los 21 años, (aunque para muchas mujeres la incertidumbre masculina es la característica que más lo representa, la misma que lo acompaña desde que llega al mundo hasta que se despide de él). Más allá de eso, es impensable (insisten) que los hombres estemos solos. He llegado a creer incluso que aquél dicho que reza, “soltero maduro, maricón seguro” lleva un cuño femenino por antonomasia.

Siguiendo el razocinio femenil, se dice también que aquél hombre de mediana edad que sufre o haya sufrido un desperfecto matrimonial, tiene que apurar el paso para hallar una nueva compañera pronto. Como en la Biblia, ellas insisten en que no es bueno que el hombre esté solo. Y yo estoy de acuerdo con ellas. Sería absurdo permanecer largos períodos de tiempo, sin la presencia de una mujer que nos haga sentir aquella maravillosa sensación de complemento.

Pero mi pregunta es, ¿por qué debemos tener la exclusividad de una sola mujer? ¿Por qué restringirnos el placer de disfrutar de tan solo una presencia femenina?

Por favor no se me malentienda. No pretendo hacer apología a la infidelidad. Tampoco hablo de resbalar por las orillas de los encuentros en simultáneo, placeres que dejo en manos de seres más avezados. Lejos estoy inclusive de aquellos sueños inspirados en “Las Mil y una Noches”, donde un hombre posee un harem dispuesto a cumplir sus más íntimos deseos. Mucho menos hablo de querer emular a nuestro más cercano referente de vida en harem, como el excéntrico Badani, quien luego de ser expulsado de Chile, se paseaba orondo y orgulloso con sus varias esposas por las calles de Lima. Hago aquí una confesión de parte: más que envidiar el hecho de que uno pueda contar con seis mujeres distintas (una diaria, dejando el domingo para disfrutar de un buen partido en la tele), envidio el hecho de que el buen Badani sepa lidiar con los reclamos en simultáneo de seis mujeres distintas. Para hacer eso, sí se necesita ser un súper dotado, (en el plano psicológico me refiero). Ni siquiera puedo imaginar cómo serían los pedidos de dinero para el diario, las quejas de que qué caro está todo, de que estoy gorda, de que nada me queda y que por eso no tengo qué ponerme, por sextuplicado. ¿Se imaginan los tan cotidianos “por qué ya no me dices que me quieres”, ¡multiplicados por seis!? De solo pensar en ello, mis sueños del harem propio se hacen añicos de inmediato.

Decía que estoy de acuerdo con que el hombre debe estar acompañado y propongo en todo caso una variante al mismo planteamiento a riesgo de que, con este cambio, desbarate el espíritu esencial que sustenta su tesis. Aquí va mi arenga: ¡Machos solteros del mundo, oídme, ellas tienen razón: no es bueno que estemos solos! ¡Organicémonos de modo que podamos contar con ellas, de jueves a sábado (insistiendo en que el domingo es esencial el fútbol en la tele), sin perder autonomía, libertad e independencia!

Propongo y estoy dispuesto a un trato cariñoso, romántico y enriquecedor en el plano espiritual, sin tener que ninguna de las dos partes se someta a la dictadura de una relación formal. Este es el plan: cita en mi casa (si tuviera chimenea la prendería sin pensarlo dos veces), velas, música romántica, una buena cena (que yo me esmeraría en preparar), vino (chardonay o tinto, según el menú), conversación agradable, risas a granel y trato de pareja. Digamos que la noche podría tener un slogan: Mucho romance pero nada de enamorarse. ¿Qué tal?

Estimo que a estas alturas es menester explicar y fundamentar el por qué de mi posición, la que presumo para muchas féminas puede representar un verdadero salto al vacío del “libre albedrío”. Una invitación a la procacidad y al impudor. Digamos que sí y que no. Me encantan las mujeres, gozo de su compañía pero no de manera eterna ni estable. Les puedo decir además sin ufanarme de playboy, (que es don del que adolezco clamorosamente), que mi corazón goza del maravilloso don de la ubicuidad. Vale decir, puedo querer y soñar con a varias mujeres en simultáneo como si fueran las únicas. Y en todos y cada uno de los casos, ese sentimiento es sincero y honesto.

Debo aclarar además que desde que me divorcié he intentado empezar con nuevas relaciones las que han fallado inexorablemente, y debo añadir que con estrépito. De modo que, ¿por qué serle fiel a una si uno puede serlo a cuatro o a cinco, organizados en un riguroso schedule durmiendo cada uno en su casa? Eso sí, reglas claras de antemano para que nadie salga herido y todos contentos: Disfrutemos y no nos enamoremos. ¿Se banca?

Tengo que añadir también que soy un hombre imperdonablemente solitario, que disfruta de vivir y estar solo. Me llevo bien conmigo mismo, pues. Soy el único que me soporta, por largos períodos de tiempo. He sido testigo en varias oportunidades de cómo mis relaciones pueden empezar con el amor más bello y puro -digno de una telenovela de Televisa (¿añadí en algún momento que soy un romántico empedernido?)- y que terminan peor que las malas producción de Aldo Miyashiro. Todas mis relaciones han acabado con mi corazón trozado y adobándose en varias bandejas listos para servirse como anticucho.

Otra razón que tengo son mis hijos. A ellos los veo cada 15 días. Muchas veces me he imaginado con una pareja formal, tal y como mandan los cánones tradicionales. Por supuesto que mi hipotética pareja sabría respecto a los dos muchachos que me esperan con ansias, un fin de semana sí otro no, 500 kms. al sur de aquí. En los albores del amor, me he imaginado a esta posible compañera, comprendiéndolo todo. Dándome el sí en todo. Amándome con mis atributos y defectos. Advirtiendo que soy papá antes que cualquier cosa. Pero conforme avanzaría la relación me he imaginado también el siguiente diálogo: “¿Otra vez te vas a Lima? Pensé que era el próximo fin de semana… este sábado es el matrimonio de mi mejor amiga, ¿y voy a ir sola? ¿Qué van a pensar todos??” O “¿Cómo que no tienes plata para salir? Siempre tus hijos, ¿di? ¿Y yo qué? Seguido de, ¡Yo siempre estoy segunda en todo! ¡En todo!” ¿La verdad? Yo, paso.

Chicas, llevémonos bien. No sirvo para relaciones largas y formales. Y tienen razón, no es bueno que el hombre esté solo. Por eso les ofrezco “Mucho romance pero nada de enamorarse”. ¿Qué dicen?

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