TANTA PASIÓN PARA NADA

Y Nicolás voló. Cuando vi que la pelota cruzaba la línea de gol, arrojé por los aires sus siete meses de vida y junto con él, un pañal lleno de sus precoces incontinencias. Su mirada de terror contrastaba con mi expresión de júbilo. Debió haber pensado que me volví loco. Que su padre era un sádico que lo aventaba por los aires, mientras gritaba eufórico el mismo monosílabo ininteligible que el locutor de la tele tenía atorado en la garganta: “¡gooool!”. Habían pasado no sé cuántos minutos, de no sé qué tiempo, de no sé cuál torneo continental, cuando el 10 de Perú hizo una maniobra impensada y a soñar. A soñar con que otros equipos nos hicieran el favor de aplicar bien esa complicada fórmula de física quántica made in “sufrido hincha peruano” para poder clasificar. Solo necesitábamos que funcione aquella suma de “x” empates, “y” derrotas, más la enrevesada multiplicatoria algorítimica de marcadores imposibles del tipo Bolivia 8, Uruguay -12, para entrar de lleno en la siguiente fase del torneo. Una vez allí como “mejorpeor” tercero, seguramente nos tocaría Argentina o Brasil, campeones de su grupo, a los que había que ganar sí o sí. Pero tranquilidad. El fútbol no tiene lógica. ¡En el campo somos once contra once! ¡Que viva el Perú, Carajo! ¡Hay que ir al mundial a triunfar, venceremos a todo rival…! El llanto de mi hijo alterado con tanta euforia me hizo pisar nuevamente tierra. Su madre me gritaba desde el interior del baño, que qué rayos esperaba para cambiarle el pañal al atarantado muchacho. En ese momento pensé que si de grande le gustaba el fútbol, aquél vuelo habría sido para el niño la primera lección de los sobresaltos típicos que tendrá que afrontar como sufrido hincha nacional.

Es que la blanquirroja es un estigma, señores. Un dolor. Un sufrimiento. Por eso es que cargo desde hace días instalada esta ansiedad aquí en mi pecho (donde también) llevo tus colores y están mis amores, contigo Perú. Una ansiedad que se acrecienta a cada minuto. Una angustia que crece a medida que se acerca el partido debut de las eliminatorias. Suena estúpido, pero no lo es. Es una sensación tan válida como seria. Estoy tan ansioso como preocupado por la lesión de Guerrero, por la convocatoria del errático Maestri (al que eliminatorias atrás había que prenderle velitas para que esté inspirado, para que no se lesione, para que no haya discutido con su mujer, para que no le haya salido un grano la ingle). Estoy angustiado por el once que El Chemo (¡y, olé!) pondrá en la cancha contra los paraguas. Preocupado por el equipo que Bielsa armará con los chilenos. Inquieto por saber con quién y dónde veré los partidos. Les puedo asegurar que son preocupaciones muy serias y que nada tienen de estúpido. Es parte del ritual habitual de esa religión sin religión, de ese culto de estrellas y con dos dioses que se llama fútbol. Una creencia tan válida como cualquier otra donde los símbolos adorados son camisetas multicolores, botines estrambóticos y un balón en forma tan circular como la hostia (solo que más grande), que rueda a lo largo y ancho de un templo alfombrado de verde. Esta es una fe casi excluyente y exclusiva que se comparte solo con los hombres de verdad, con esa estirpe única de machos a los que les gusta el deporte viril por excelencia. Una devoción poco extendida a las féminas, a las que, salvo honrosas excepciones, es imposible explicarles mandamientos tan elementales como la Posición Adelantada. Esa negación por ejemplo, es la generadora de conversaciones que se inician comprensivas y pacientes y que terminan casi siempre en discusiones con amenaza de divorcio: “No, amor, ese de camiseta azul es el delanter… no, no sé si es churro, gorda, si tú lo dic… sí, ya sé que suena sonso eso de `delantero, adelantado´ per… no ese es el defensa, no, no pue… porque sería autog… ¡porque no se puede, caracho, punto!”

Nada hay de estúpido en esa adoración que hace que sus seguidores en cualquier esquina o lugar -desde el barrio más pobre a la residencia más exclusiva- discutan sobre de las posibles alineaciones, la estrategia a seguir, de cómo viene el rival; de las ansias y los deseos acerca de que esta vez será distinto; de que la historia tiene que cambiar, que 25 años sin un mundial es demasiado tiempo, hermano; sellando estas pseudos oraciones con ese amén que es tan peruano como el cebiche: “ojalá”.

Y esta es mi oración: Este sábado saltaremos otra vez a la cancha pero esta vez es en serio. Te pido que todo salga bien, Papá Lindo, que tú sabes que eres tan peruano como nosotros, así que no te olvides de tu gente otra vez. Ya bastante maltrecho nos traes con un terremoto, dos Humalas, un Alan por segunda y un Burga recargado. Ya insinuaste que no te habías olvidado de nosotros sacando de tu galera a esos once conejos llamados “jotitas”. Acuérdate de nosotros Señor y te juro que haré lo posible por boicotear cualquier intento de Escajadillo para que vuelva a escribir sus ridículas arengas en tono de vals. Te prometo recuperar al Zambo Cavero y su “Contigo Perú” y de acordarme de todititas las cábalas para aplicarlas durante los partidos, con tal de que a los chicos les vaya bien este sábado ante los paraguayos y el miércoles ante los usurpadores de nuestro (te incluyo) Pisco. Acuérdate que es tu mes. Que si quieres nos vestimos todos de morado y vemos el partido de rodillas. Avisa no más. Sabes bien que en estas eliminatorias debuto con un once distinto: Luis Eduardo entra de dos, en el lugar de Marcos, con la labor de flanquear la banda y proyectarse para echar sendos centros de cerveza bien helada, que no debe parar de servirse para controlar nuestros nervios. Al medio, Alfi de diez por Mañuco, distribuyendo pases de cancha serrana, aceitunas con rocoto y chifles bien piuranos para controlar los efectos de los centros de líquido dorado. Y arriba, solo en punta, Richard de nueve por Toco, como único centro delantero, con los ojos bien puestos en el partido en caso haya que hacer una chancha para ir por más chelas. Nada es estúpido en este culto, Señor, tú lo sabes tanto como nosotros y desde allá arriba espero que grites junto con nosotros el ¡ta-ta-tatatá-tatatatá, PERÚ! Ojalá.
Tal vez para estas alturas, cuando usted esté leyendo este artículo, Perú hizo una actuación sobresaliente frente a Paraguay y le metió tres a Chile a domicilio. O tal vez, como siempre, toda esta pasión haya sido para nada. ¿Fue estúpido? Sencillamente no lo creo.

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