DÉJAME QUE TE CUENTE

Y otra vez corazón te han herido.
Pero amar es vivir otra vez.
Y hoy he visto que en los árboles hay nidos,
Y noté que en mi ventana hay un clavel.
Homero Expósito
(Tango).
¿Tú escribes? ¡Te cuento mi historia! A lo largo de los años escribiendo telenovelas, no han sido pocas las veces en que se me han presentado personas conocidas (y otras no tanto), con la urgencia de esa frase. Si cuentas lo que me pasó, vas a hacer llorar a mucha gente, agregaban algunos. Otros más avezados y con menos escrúpulos pretendían negociar con desparpajo el copyrigth de sus propias tragedias, como si los dolores de amor pudieran estar sujetos a patente: si haces una novela con mi historia, te haces millonario… ¿cuánto hay para mí? También hay quienes con halo de misterio y mirada absorta, me decían que tenían en efecto algo qué contar, añadiendo en clave de “pero” que ni yo ni nadie estábamos preparados aún para escuchar tanta tragedia. (Pasumadre)

¿Conclusión? Que todos y cada uno de nosotros arrastramos el pesado lastre de una historia a ritmo de melodrama con fuga muchas veces de tragedia, y muy pocas con final feliz. Sino que tire la primera piedra aquél que jamás sintió ese hormigueo en el corazón al pensar en la persona amada. Que grite fuerte quien no pasó la noche en vela imaginando la siguiente vez que “lo” o “la” volvería a ver. ¡¿Por Dios, quién no ha sentido el corazón encabritado tras el esperado primer beso luego del tácito “sí”?! Pero ay, ¡cómo duele el amor! ¿O no? Sino que levante la mano aquél que no sufrió jamás por su culpa. Que se atreva a alzar la voz quien no derramó nunca una lágrima por un cariño que nos pagó mal. (¡Que sufra mucho pero que nunca muera!). Es una ley natural, un axioma del corazón que dice que siempre se sufre por culpa del amor. Por eso siempre al momento maravilloso de la primera hora, casi se yuxtapone el dolor del corazón hecho pedazos (1). Ese el precio que uno siempre tiene que pagar por entregarse al sentimiento primero del mundo (2). Y como el amor nos cobra con los intereses altísimos de un prestamista despiadado, pagamos siempre demasiado por pedir a ese sentimiento que nos gire un cheque, creyendo ilusos que devolveremos sin problemas lo entregado. Pero más pronto de lo que quisiéramos, el sentimiento empieza a escasear y no nos alcanza para cubrir las cuotas pactadas. ¿El resultado? Una lamentable bancarrota sentimental y una alerta roja en el INFOCORP del amor, que deja una mancha difícil de borrar en nuestro historial respectivo (3).

Pero vayamos más allá con este paralelo entre amor de telenovela y amor de verdad (¡qué excelente título para un culebrón!). Mencionando nuevamente a aquellos que se sienten los productores ejecutivos de sus propias historias (4), muchas veces se han quejado mortificados de que los parlamentos de las telenovelas son bobos, ridículos y hasta idiotas. Le exigían al escritor de sus propias novelas, (es decir a mí), que de tener el privilegio de ser el autor de estas, por favor escriba diálogos más “reales”. A ver. ¿Acaso las frases de amor no rayan en la cursilería franca y sincera? ¿Es que nunca hemos recurrido a frases hechas como “te amo como nunca he amado a nadie”, “después de ti, no me volveré a enamorar jamás”, entre otras? Ojo. No hablo de aquellos autores realmente notables y dotados para escribir bellos versos de amor. De transformar nuestros sentimientos en palabras realmente profundas y hermosas. Hablo de aquellos mortales de a pie que fungimos de poetastros cada vez que a ese infame andrógino llamado Cupido, se le ocurre dispararnos (y chuntarnos) con sus desesperantes dardos. Luego de eso, ¿no nos hemos visto presa de una verborrea boba y huachafa? ¿Qué le reclamamos entonces a las Luz Marías, a los Gustavo Adolfos, a las Leonelas? ¡No hay nada tan real como el amor de verdad (otro magnífico título) para inspirar diálogos de telenovela! ¡Todos llevamos a un Meyer o a una Angie Cepeda en el fondo (algunos más en el fondo que otros), actuando de la manera más cursi cuando nos enamoramos! Pasa que puesto en labios distintos a los nuestros, los mismos textos que nosotros pronunciamos, nos suenan irreales. ¡Los negamos por el trauma no reconocido de haber sufrido al poco tiempo de haberlas dicho! A eso le tememos. Eso es lo que de verdad rechazamos. Reconozcamos que, mal que bien, no sólo somos personajes atrapados en nuestras propias telenovelas, sino que además nos gusta (algo más algo menos) el melodrama y que nos reconocemos en esos supuestos bodrios mexicanos que más de una vez hemos ojeado, pese a que hemos jurado que los detestamos. Las telenovelas seguirán existiendo y nosotros seguiremos inspirándolas mientras tengamos la mala pero sana costumbre de seguir enamorándonos (y sufriendo). Fin.


(1) ¿Cómo se hace para pegar un corazón partido en mil?
(2) Asumimos, claro, que Adán se enamoró de Eva, porque no creo que haya sido sinceramente tan ingenuo como para haber arriesgado el paraíso por una simple calentura alboral. Recordemos que Adán venía de una primera mala experiencia con la misteriosa Lilith, así que gil, lo que se dice un verdadero gil, tampoco era.
(3) El amor hace mucho tiempo que está ya globalizado e interconectado, (antes siquiera que exista el Internet). Por eso todas las entidades financieras del rubro, saben que a uno es muy difícil volver a prestarle luego de un rotundo fracaso amoroso, aunque luego terminan prestándote igual. Amor y consumismo son tal vez parientes cercanos.
(4) Que por el hecho de haberla pasado mal (como si fueran los únicos) se sienten con el derecho exclusivo de tener una “verdadera y única” historia de amor que contar.

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