ODIO A WALT DISNEY

Odio a Wal Disney. O mejor diré que lo odiaba, porque ahora hay gente a la que odio más. Lo odio (o lo odiaba) porque me causó uno de mis primeros traumas infantiles: mató sin asco ni piedad a la mamá de Bambi. Recuerdo que lloré desconsoladamente cuando el emblemático siervito le preguntó a su padre dónde estaba su madre y éste le respondía seco que mamá no volvería porque los cazadores la habían matado. ¡Eso no se le hace a un niño de seis años, Walt! ¡Al menos no sin una advertencia! Debiste haber puesto algo así como “en medio de una de las películas más tiernas de la historia del cine, la felicidad de un bosque maravilloso y la del un joven cervatillo, serán destruidas por el asesinato brutal de la madre del protagonista. Padres, abstenerse de llevar a sus hijos”.

La herida de aquella escena ni siquiera se equiparó a otros dos traumas mediáticos de mi infancia. La despedida del Topo Gigo de la TV también marcó a quienes solo contábamos con tres canales en nuestros receptores en blanco y negro sin control remoto (léase a los de mi generación). Recuerdo hasta ahora cómo el andrógino ratón se despedía de Braulio Castillo, elevándose por la parte superior de su mini-anfiteatro, tomado de un manojo de globos. Gritaba “ciao”, “adío”, con su voz nasal y chillona mientras agitaba su manita y movía la cabecita disforzado. Ni siquiera el alejamiento del Tío Jonnhy (otro trauma) causó en mí tal remesón como la muerte de Bambi´s mom.

Algo más grandecito ya, y cuando creí que había superado el impacto de Bambi, fui al cine a ver una reposición de Dumbo y el inefable Walt lo hizo otra vez. En una escena el elefantito estaba desolado. Habían encerrado y encadenado a su madre por loca, tras haberlo defendido con furia de unas elefantas que se burlaban de sus orejotas. Juro que no he vuelto a ver esa película. Pese a los años transcurridos recuerdo la imagen de la trompa de la elefanta encerrada, saliendo de entre unos barrotes buscando a tientas a su pequeño hijo para consolarlo y acariciarlo.

¿A quién se le ocurre someter a las madres de los personajes animados más famosos de los primeros tiempos a semejantes vejaciones? ¿Qué mente desquiciada podría maltratar así la majestad de la maternidad? Nadie como Walt Disney para hacerlo junto a su innegable talento para vender a través de uno de los recursos masivos más efectistas: el melodrama. (Tal vez fue gracias a él que años después me dediqué a escribir telenovelas. No lo sé).

Pero empecé diciendo que ya no odio al papá de Mickey. ¿La razón? El melodrama de ficción que destrozara el corazón de un niño (es decir el mío), ha sido largamente superado por el melodrama descarnado y brutal de la realidad. El crápula de mi niñez es un chancay de a medio al lado de los que vienen destrozando la figura de la maternidad hoy en día. Y no son pocos los que ponen de su parte en este neo matricidio. La lista de aquellos que hacen añicos la imagen materna va desde las aparentemente inofensivas mujeres que se casan, (que se arrejuntan o simplemente “están” con un hombre), con el único y exclusivo propósito de tener un hijo y sentirse realizadas como madres, sin importarle un bledo que la criatura crezca o no al lado de un padre. Están también las “ex” que sustentan el éxito de su maternidad, presionando hasta el hastío al marido alejado, para ver el incremento personal de su propia economía, sin pensar un segundo en sus hijos. Está aquella máquina espeluznante que prolifera por Europa, donde una mujer puede dejar abandonado y confortable a su hijo en una suerte de incubadora callejera, como alternativa a dejarlo morir de frío. Se le salva la vida, dicen algunos, pero ¿qué hay de las criaturas que fueron concebidas y libradas a su suerte en una máquina sin el más mínimo sentimiento maternal? No quiero ni imaginarme una generación masivamente criada por cajas ultramodernas, orfanatos y albergues sin la calidez y el cariño de una madre. O tal vez ya estén aquí. Tal vez de esa gente sin amor de madre en su infancia, provenga ese argumento tan absurdo como macabro del puritanismo religioso, (paroxismo de los matricidas): los ecologistas, ligados a comunistas herejes, se preocupan más por proteger a la tierra que a los propios seres humanos. ¿En que momento Disney fue superado por esos Chukies fanáticos que niegan algo tan elemental como que la tierra es la madre de madres? ¿Que ella es un enorme útero que nos alberga a todos, que nos da abrigo, protección, alimento, oxígeno y que sin embargo estamos matando sin culpa ni arrepentimiento? ¡Sencillamente estamos matando a mamá! ¡Somos peores que los cazadores que mataron a la mamá de Bambi!
Por eso creo que el viejo Walt ha sido superado de lejos y yace a la espera de volver recargado desde el fondo de su criogenia. Solo puedo decir que la maternidad en estado puro está a salvo en aquellas madres de viejo y nuevo cuño que aún existen y creen todavía en valores aparentemente obsoletos como abnegación, sacrificio, entrega y perdón… es decir amor de madre pero el de verdad. Para todas ellas (y a la mía en especial) gracias por su valerosa y digna resistencia.

1 comentarios:

Gerardo Cailloma dijo...

Mi estimado Felipón, duele ver esto, lo sé, pero es algo que vende mucho, nos gusta el sufrir; debemos adosar a esto el placer que nos da ver a la gente desvalida sufrir, sino no se entendería por qué el cine hindú hace lo que hace.