HE LLEGADO A PENSAR QUE A NADIE LE IMPORTA

A nadie le importa que un transeúnte infeliz aplaque su necesidad de miccionar en medio de la calle y a plena luz del día. A nadie parece importarle que lo haga incluso en una avenida doble, dándole con desfachatez la cara al tráfico.

A nadie le importa la contaminación auditiva en la que vivimos. En un semáforo, por ejemplo, basta un micro segundo de demora, para que el batahola de bocinazos se desate. ¿A nadie le provoca revelarse ante esto? ¿Nadie quiere hacer nada ante el escándalo de megáfonos anunciando la venta de “papaya fresca cacerita”, ante las cornetas de heladeros y los estruendosos hits del momento a ritmo pirata, entre otras abominaciones auditivas?

A nadie parece importarle tampoco que micros, taxis y colectivos detengan su marcha a mitad de cuadra (o a mitad de nada), ni que lo hagan a la derecha o a la izquierda de la calzada (en realidad para ellos da igual). A nadie le irrita que estos cretinos hagan maniobras tan descabelladas como querer retroceder en plena avenida principal, voltear abruptamente a la derecha, cuando su indicador marca la izquierda, o incluso ir en contra del tráfico por querer ganar dos metros de avenida (“el petróleo ta´caro, pues chocherita”). Tampoco importa que micros y taxis esperen a su clientela en segunda y hasta en tercera fila, porque para esta gente el “yo” es más importante que el “ellos”.

A nadie le importa el complejo de llama que ostentamos los peruanos. Y no estoy haciendo una comparación peyorativa o racista con nuestro emblemático auquénido. No. Pasa que al parecer existe un concurso nacional de escupitajos. ¿Quién gana este evento? Supongo que quien escupe más veces, más lejos y con mejor estilo (mis favoritos son los que lucen una pose viril, sujetando sus intimidades con una mano, mientras ejecutan el lanzamiento salibar al estilo de un metro sexual de esquina).

A nadie le importa tampoco las muestras de “hombría”, de “picardía”, de nuestro “yo mismo soy”, puesto de manifiesto en cada cruce donde no hay semáforos. Lo más patético es que nos hemos acostumbrado a ellos. Ese criollazo, “meto la puntita y entra todo” es nuestro absurdo pan de cada día. En cada cruce temerario, el “yo no freno porque yo no arrugo”, se convierte en la versión nacional del libre flujo del yin y el yan. Esa es la “inteligencia” peruana que ponemos de manifiesto a diario, la misma que lejos de catapultarnos hacia el sider espacio de los vivos, no hace más que devolvernos al período cuaternario.

A nadie parece importarle la contaminación, el smog, los ambulantes, la falta de árboles, la ausencia de una cultura de preservación de nuestro patrimonio. A nadie le importa el caos, la informalidad que nos inunda, con su invasión de piratería en el más amplio sentido de la palabra. Ese esquema tan peruano y absurdo del “yo hago lo que me da la gana”, es la gráfica más patética y cercana del apócrifo verso “largo tiempo el peruano oprimido”. Sí, oprimidos por nuestras pobre manera de ver las cosas, por el poco respecto que nos tenemos los unos con los otros, por la paupérrima autoestima que nos ahoga. Es que nos regimos por un solo mandamiento peruano-universal el “no pasa nada, hermanito” y su precepto máximo, “estamos en el Perú, pues varón”, que nos lleva a usar buses camión, a inventar paraderos informales, a improvisar mercados en plena calle. No hablo de barrer ambulantes, taxistas o transportistas inescrupulosos. No hablo de generar una corriente de aniquilamiento neo-nazi o promover un “cholocausto”, como propugnan algunos grupos de “vecinos ilustres” de esta ciudad. Las sociedades mutan, se mueven, eso es obvio. Las pirámides sociales, no han sido construidas con piedras milenarias e inamovibles como las de Kéops, sino que están hechas de gente que está en permanente movimiento. De lo que hablo de le necesidad de adaptarnos a los cambios, de mejorar nuestro entorno, de educar, de promover cultura, valores humanísticos, etc. Hablo de generar una conciencia de sociedad, de un pensamiento común, que mal que bien nos congreguen en torno a “algo” más “nuestro”. Que vayamos más allá del orgullo de tener un título fatuo de “Maravilla del Mundo”. Hablo de generar, de industrializar un concepto tal elemental como aparentemente inalcanzable llamado “sentido común”.

Venimos creciendo a un ritmo sostenido y esperanzador. Lo llaman “El milagro Peruano”. Pronto, de seguir así, estaremos al nivel de Chile y México. A no ser que algo tan peruano como la “mala suerte” nos embista nuevamente, daremos un paso gigantesco en nuestro desarrollo económico. ¿Estaremos preparados mentalmente para ingresar a este siguiente nivel? Me meto que sin educación la respuesta es un no rotundo y contundente… pero eso a nadie le importa.

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